María del Amor, religiosa que vio
colmada su vocación cuando el año 1990 fue enviada por su Congregación a la
Diócesis de Chachapoyas en Perú. Ingresó en la congregación de Hijas de la
Virgen para la Formación Cristiana a los 22 años, por lo que llevaba 58 años de
vida religiosa. Y de ellos 25 en Perú,
porque aunque los cuatro últimos años se los pasó entre el hospital y diversas
casas de la Congregación en España, su mente y su espíritu estaban en la
Misión.
“En cada una de estas comunidades en las que
estuvo, ejerció la misión encomendada con plena disponibilidad y entrega. Su
vocación misionera se vio colmada cuando en 1990 fue destinada a Perú para,
junto con otras dos hermanas, abrir la primera casa de misión en Chachapoyas.
Su vida fue un fiel reflejo del
amor misericordioso y compasivo del Padre: estando y luchando siempre en favor
de los más pobres, acompañando a los enfermos, desarrollando su labor de
párroca en la comunidad de Huancas, animando la catequesis familiar, trabajando
con las mujeres en el taller de artesanía para ayudarlas en la economía
familiar, desgastando su vida en que los niños pudieran comer una vez al día.
De ahí su afán en buscar colaboradores para que el comedor saliera adelante.
El día de la hermana María del
Amor siempre comenzaba dedicándole una hora al encuentro con el Maestro, ahí se
nutría de la sabiduría de la Palabra, de la sabiduría del Amor con mayúscula,
de la sabiduría de la alegría, de la sencillez y de la acogida, identificándose
con lo que su nombre de pila, Sofía, significa en griego: ‘la que posee
sabiduría’.
María del Amor vivió en su
persona el lema de la formación cristiana: ‘Tú Señor para mí y yo para los
demás’, como una verdadera y fiel Hija de la Virgen. La hermana Amor aportó
mucho a sus hermanas, a su familia, a tanta gente amiga de Lima, de Chachapoyas
y de Huancas y también a todas las personas, mayores y pequeñas, que
compartieron vida y misión ella.
Hemos vivido este último mes
acompañándola, en ningún momento hemos oído queja por el dolor, por las
molestias, siempre su sonrisa y su ‘estoy mejor’ a quien iba a visitarla.
Podríamos decir tantas cosas, pero acabo con un inmenso ‘gracias’ por su vida,
por ser como era, un poco terca a veces, pero casi siempre esa terquedad o sus
pequeñas desobediencias eran en favor de los más débiles.
Agradezco a todas las personas
que han estado rezando por ella, a las que la han visitado y al extraordinario
equipo de paliativos del Perpetuo Socorro, que con tanta ternura,
cariño y cercanía la han cuidado. Gracias a los doctores, a las enfermeras, a
las auxiliares que, tanto en las
consultas como en la quimioterapia, la atendieron tan bien. Gracias a su
familia por estar siempre pendiente y presente a lo largo de este tiempo.
Gracias María José por haberla
cuidado y mimado en estas largas y últimas noches, ya no eras solo su cuidadora
sino su confidente. Querida Amor, gracias por tu vida de servicio, gracias por
tu manera de afrontar estos cuatro años de enfermedad con el talante y la
entereza que lo has hecho», María
Mercedes Díaz Tortonda, superiora General de las Hijas de la Virgen para la
Formación Cristiana. “
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