Acepto con
mucho gusto escribir esta breve y sencilla reflexión para la Delegación Diocesana
de Misiones de la Archidiócesis
de Mérida-Badajoz.
Todo comenzó
hacia la mitad del siglo XX cuando un grupo de jóvenes se reunían para orar y
reflexionar sobre su destino en la vida en el ambiente de las Congregaciones
Marianas dirigidas por los Padres Jesuitas en la ciudad de Badajoz, donde
nuestro hermano Valentín González Toscano tuvo su encuentro con Jesucristo y
dio su respuesta a la pregunta ignaciana: “Señor, ¿que quieres de mí?” Como
respuesta a la pregunta y terminado sus estudios decide seguir a Jesucristo en
el sacerdocio, con esa vocación que en aquel entonces ya se llamaban vocaciones
tardías.
Después de
varios años en el Seminario Diocesano de San Atón, recibe la ordenación
sacerdotal el 30 de marzo del año 1963
oficiando el Obispo D. Doroteo Fernández y Fernández.
Su primer
nombramiento en Oliva de la
Frontera donde desarrolla su ministerio como Coadjutor por
breve tiempo. Inmediatamente siente la necesidad de ampliar el horizonte de su
vida y junto con otros compañeros sacerdotes de la diócesis parte para
Hispanoamérica. Siguiendo a San Francisco Javier que recorrió millones de
kilómetros puso tierra por medio y arribó en Costa Rica para anunciar la buena
noticia de Jesús. El asunto de su vida. Desarrolló su labor sacerdotal en
varias parroquias costarricenses. Embarcaron seis sacerdotes de nuestra
Archidiócesis como un equipo sacerdotal, se reunían para orar, proyectar trabajos, estudiar temas, pensar juntos. Era
una manera de dar respuesta a los retos del momento con un espíritu realista y
creativo... Habían profundizado que la Iglesia local, además de su vida hacia dentro ( Palabra, Liturgia, Celebración, Comunidad)
debe ser misionera hacia fuera. Debe
ser CATÓLICA.
Seguían el
espíritu, especialmente intenso, misionero de la época y que aún continúa
vigente y necesario en nuestra época y en nuestra Iglesia. Se impone como una
invitación y una exigencia para una Iglesia que quiere compartir sinceramente
“los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres sobre todo de
los pobres y afligidos” (GS 1). El ejemplo de los misioneros tiene hoy
respuesta en muchos miles de sacerdotes, religiosos y laicos.
Quiero
agradecer de todo corazón el esfuerzo y la entrega a favor de la gente que han
realizado nuestros misioneros y que continúan hoy en la avanzadilla de la Iglesia que son las
MISIONES. Es de justicia destacar la buena labor que llevan a cabo y el gran
servicio que prestan a la Iglesia. Viven
la radicalidad que compromete a toda la persona hasta la raíz de su ser.
La vocación
misionera continúa viva en la Iglesia. Esa
vocación solidaria y entregada de por vida con la esperanza de anunciar a Aquel
que es la “Luz para alumbrar a todas las naciones” (Lc. 2, 12) Jesucristo
nuestro Señor y Salvador.
Recordando a
Valentín, que nos acaba de dejar en este Año de la Misericordia , su vida
misionera nos enseña que no cometamos el error de mirar el pasado
glorificándolo. La nostalgia no tiene que servir para dulcificar, ni para
exagerar, ni para resignarse, sino para vivir con fidelidad cara a Dios, a
Jesucristo, hasta los últimos días de la vida, como ha sido la vida de nuestro
querido hermano Valentín González Toscano. Para conseguirlo apoyemos nuestra
fidelidad en el querer de Dios.
Pedro Losada,
sacerdote
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